Breathe

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domingo, 1 de diciembre de 2013

Prólogo





El frío me hizo estremecer. Las primeras nevadas de Octubre ya habían empezado, por lo que el frío calaba en los huesos hasta hacerme tiritar.
Tuve cuidado a la hora de poner los pies en el borde del puente. Miré hacia abajo para ver el agua fría del río. El agua estaba tranquila, y a estas horas de la noche estaba lo suficientemente fría para morir congelada y ahogada, ya que mis habilidades para nadar eran nulas. 
Todo lo que estaba pasando a mi alrededor me ahogaba hasta el punto de no poder respirar. 
La gente lo único que quería era verme caer, e iban a conseguirlo.
La presión que tenía por no ser la hija y chica perfecta era demasiada. Era un estorbo, y sería más fácil para todos que yo no estuviera. Así lo sentía y así me lo hacían saber. 
Siempre he pensado que era fuerte, y que nunca me dejaría derrotar por nada, pero me he dado cuenta de que me equivocaba. 
Solo quería sentirme bien, necesitaba sentirme bien por una vez en la vida. Y si para eso tenía que ir al otro mundo, lo haría.
Lágrimas caían por mis mejillas al darme cuenta de lo que iba a hacer. Me agarré a la barandilla de metal. Estaba lista, después de esto, llorarían un poco en mi funeral y después seguirían sus vidas, y yo podría ser feliz.
Cuando iba a dejar mis manos ir y echar mi cuerpo hacia delante una luz me detuvo, los faros de un coche hicieron que parara. 

En vez de seguir su camino note que el coche se había parado. Fruncí el ceño y miré por encima de mi hombro para comprobar que mi teoría era cierta. Escuché la puerta abrirse y cerrarse y volví a mirar hacia delante.
Maldije mentalmente y aguanté un sollozo. - Hey, ¿Quieres que te ayude? - la voz de un chico sonó por encima del motor del coche. Respiré hondo. No le contestaría. Tragué saliva sonoramente mientras que mis extremidades temblaban. - ¿Hola? ¿Estás bien?.
-Si - dije intentando que mi voz sonara dura. 
-¿Que estás haciendo ahí entonces? - escuché sus pasos acercarse a mi
- Nada, estoy bien, puedes irte - mi voz tembló debido al frío. 
- Hace mucho frío ¿No crees? Y el agua ahí abajo tiene que estar helada. - rodé los ojos y no contesté, quizás si lo ignoraba se iría. Se quedó un momento callado y después volvió a hablar - ¿Tan malo es lo que te ha pasado para que quieras saltar? ¿Qué edad tienes quince? ¿Dieciséis quizás? - mordí todo mi labio inferior - Es una tontería acabar con tu vida por un problema, piensa en todo lo que te perderás si saltas. No sabrás lo que es una buena fiesta, encontrar el amor, la independencia, encontrar un trabajo… hacer tu vida. No podrás hacer nada de lo que quieras hacer si saltas - me di cuenta de que estaba llorando.
- Déjame y vete - murmuré lo suficientemente alto para que me escuchara. 
- ¿Que te gustaría estudiar, eh? - no contesté - ¿No hay algo que te guste, tu profesión de ensueño?
- Me… me gustaría ser fotógrafa profesional. 
-Bien, fotógrafa, ¿Y algún lugar donde quieras ir?
- Nueva York. 
- Bien niña, imagínate de fotógrafa en Nueva York, consiguiendo tus sueños. ¿Te lo imaginas? - asentí. - Ahora imagina que saltas. Ya no podrás intentar cumplir tus sueños, ni siquiera tendrás la oportunidad. Adiós Nueva York, adiós fotografía… ¿Qué te parece si te ayudo a salir de ahí y nos tomamos un chocolate caliente? Hoy hace mucho frío. 
- Lárgate - escupí con rabia, él me estaba haciendo pensarme todo esto.
- Vaya… eres difícil… Si querías saltar, ¿Por qué no lo has hecho ya? 
-Porque estás molestándome - suspiré. 
-Está bien, entonces me iré - escuché que sus pasos se alejaban, abrió la puerta del coche y la cerró. Escuché el ruido del coche y miré un poco hacia atrás para ver como pasaba. Pero antes de pasarme del todo volvió a pararse y él volvió a bajarse. - ¿Sabes qué? Creo que no me voy. Si saltas, voy a saltar detrás tuya, y serás la culpable de que coja una pulmonía, y si tienes un poco de compasión, no harás que salte, y aceptarás que te invite a un chocolate caliente. 
Suspiré pesadamente mientras me agarraba más fuertemente a la barra de metal. Quizás que él me encontrara aquí fue el destino y no una simple casualidad. Quizás todavía no era mi tiempo y yo me estaba precipitando, ¿no?. Supongo que estaba llorando por la impotencia de haberme echado para atrás cuando estaba a punto, porque como mi hermana me decía, era una cobarde.
- Está bien - dije al borde del sollozo. 
- Bien - respiró aliviado - Me alegra no tener que saltar - escuché sus pasos llegar hacia mí. - Voy a cogerte ¿vale? - escuché su voz por mi izquierda y lo miré. Apenas pude ver su rostro ya que estaba un poco oscuro. Lo noté detrás de mí - Pasaré una mano por debajo de tu pecho - sentí su roce y su brazo hizo su agarre debajo de mi pecho. - Tiraré de ti - asentí queriendo limpiar las lágrimas que caían por mis mejillas. Él hizo fuerza y tiró de mí. Me solté de la baranda y su otro brazo rodeó mi cuerpo. Sentí mis piernas pasar por la barandilla y mis pies tocar el suelo. - Shh tranquila - susurró.

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